Hay estadísticas de todo tipo en cualquier
país, pero una poco aflora
públicamente entre las miles que cada año se
compilan en EE.UU.: la de
los niños sin techo del país, 1,6 millones en
el año 2010, es decir, uno de
cada 45, y un 38 por ciento más que en el 2007,
según una investigación
del National Center on Family Homelessness
(NCFC). Nada mal para el país
más poderoso del planeta.
El hecho cambia imágenes del sin techo en EE.UU. No se trata ya
de
un hombre solo y andrajoso que pide limosna en una esquina: el
segmento
de homeless que aumenta más rápidamente es de las familias con
hijos.
Tampoco de un haragán: unos 4 millones de familias perdieron su
vivienda
desde comienzos del 2007 a comienzos del 2012, informó The New
York Times
, al compás del crecimiento de la desocupación.
En el 2007 explotó el globo hipotecario que condujo a la crisis
económica
mundial que hoy castiga al mundo. Ese año, 2,2 millones de
deudores
hipotecarios perdieron su departamento o casa en EE.UU. y un
millón en el 2010. Y aun los que trabajan con un salario exiguo
no
siempre pueden pagar un alquiler. En Orlando, el alquiler
promedio
de un departamento con dos dormitorios exige que el inquilino
gane
18 dólares la hora. Una pareja que labore 40 horas por semana no
la puede sufragar con un salario mínimo de 7,67 dólares la hora.
En el estado de California hay que ganar 26 dólares la hora para
alquilar esa clase de departamento, pero el salario mínimo que
perciben
muchos es de no más que 8 dólares la hora.
No es sólo el desempleo, entonces.
El problema de los sin techo no tenía a comienzos de la década
de
los ’80 la calidad de endemia que alcanzó después. La tasa de
familias
neoyorquinas con hijos pequeños echadas a la calle aumentó un
500
por ciento entre 1981 y 1995 (www.eric.ed.gov,
enero 1996) y el
Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano registró en su
evaluación correspondiente al 2010 que el 35 por ciento de los
homeless del país dormía en albergues del gobierno y
de entidades caritativas (//portal.hud.gov,
14-6-11).
Ralph da Costa-Núñez, que fue funcionario del ex alcalde de
Nueva
York Ed Koch, señaló al ex presidente Ronald Reagan como el
culpable
de la veloz expansión del fenómeno: “Anuló todos los programas
sociales
que ayudaban a los pobres. ¿A dónde iban a ir? A la calle, a los
albergues.
Un día le dije al alcalde Koch que lo que empezaba así iba a
permanecer”.
. En tanto, Reagan mistificaba la cuestión. “Lo que
tenemos en este país
–declaró en el programa
televisivo TV Good Morning America
el entonces presidente de EE.UU.– es un problema que siempre
tuvimos, incluso en los mejores tiempos; tal vez somos ahora
más conscientes de su existencia, y es la gente que duerme a la
intemperie, los sin techo que no tienen techo, se podría decir,
por
elección” (//abc.go.com,
31-1-84). Sí, desde luego, cómo no.
Bill Clinton continuó estas políticas de su predecesor
republicano y
sus reformas en materia de pobreza no tomaron muy en cuenta a
las mujeres y los niños. La ley de ayuda temporaria a las
familias
necesitadas que se promulgó durante su mandato imponía rigurosas
exigencias para acceder a la asistencia y ésta, como lo indica
el
nombre de la ley, era de limitada duración.
Los niños homeless, en este marco, devienen “los marginados más
jóvenes de EE.UU.”, señala el informe del NCFC. “Se han
convertido
gradualmente –agrega– en una parte descollante de un Tercer
Mundo
que está emergiendo en nuestra nación. A pesar de que su número
crece, los niños sin techo son invisibles para la mayoría de
nosotros, no tienen voz ni audiencia. Sin una cama que puedan
llamar propia, han perdido seguridad, privacidad y el confort
hogareño,
así como a sus amigos, pertenencias, mascotas, rutinas reposadas
y a sus comunidades. Estas pérdidas producen una experiencia de
vida perturbadora que inflige heridas profundas y duraderas.”
Seis estados solamente –de los 50, más el distrito federal, que
constituyen la federación estadounidense– han desarrollado
estrategias para enfrentar la situación. Otros han diseñado
proyectos
decenales para resolverla por completo, pero su eficacia está
por
verse. Se olvida, además, que los niños sin techo pasan hambre y
son
más proclives a contraer infecciones respiratorias y digestivas,
asma,
tuberculosis y otras enfermedades. Su desamparo no les permite
asistir a clase con regularidad: los cambios de ubicación de sus
familias
son frecuentes. En este caso, mucho más que en otros y por otras
razones,
se aplica lo dicho alguna vez por Jean Cocteau: “La infancia
sabe lo que quiere.
Quiere dejar atrás la infancia”.
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