En el momento que
escribimos esta declaración, nuevamente las ciudades del
Brasil están rebalsando con movilizaciones
multitudinarias: más de un millón de personas se
encuentran en las calles de las principales ciudades.
Semanas atrás explotó Turquía, también con
manifestaciones de masas. Ambos han impactado vivamente
en los analistas de todo el mundo, que no esperaban
semejante explosión de indignación en países
estratégicos del capitalismo mundial, y que además eran
modelos de “estabilidad”.
Ambas explosiones han venido a renovar de
manera impactante el ciclo internacional
de rebeliones populares que se vive desde el 2011
sobre el trasfondo de la crisis económica mundial.
Durante los últimos meses no había sumado novedades
rutilantes. Ahora, las circunstancias parecen haber dado
un giro de 180 grados y puesto las cosas en su lugar:
nada más y nada menos que con el fenómeno de la rebelión
extendiéndose en países que son grandes potencias
económicas mundiales. La moraleja es que la dinámica de
la lucha de clases tiene sus tiempos históricos. Muchos
marxistas han señalado que, en la dialéctica de la
historia, las rebeliones y revoluciones parecen llegar
siempre a “destiempo”, como para señalar que no tienen
una fecha fijada de antemano. Y esto, en general,
sorprende a sus propios actores.
Tendencias
estabilizadoras
Arrancamos con esta reflexión porque la
realidad es que Brasil estaba dando lugar a todo tipo de
“elucubraciones” acerca de las razones de su
estabilidad, ahora perdida brutalmente. No es que el
inmenso país latinoamericano fuera históricamente
siempre estable. En la segunda mitad de los años 1970 y
durante toda la década de los 1980, Brasil vivió un
proceso histórico de surgimiento de una nueva clase
obrera, de grandes luchas y de su organización.
En medio de todo eso fue fundada la Central
Única de Trabajadores (CUT), alternativa al viejo
sindicalismo burocratizado –los “pelegos”– vinculado al
viejo nacionalismo burgués del país. Surgió también el
Partido de los Trabajadores (PT), que inicialmente
expresó un avance progresivo hacia la independencia de
clase –si bien bajo estándares reformistas– de amplias
sectores de la clase obrera.
Lamentablemente, esos rasgos reformistas que
desde el inicio tuvieron ambas experiencias, con mucho
peso de la Iglesia Católica en su interior, y la caída
del Muro de Berlín con sus consecuencias de
desmoralización y falsas conclusiones antisocialistas
sacadas del derrumbe burocrático, llevaron a una rápida
adaptación de la CUT y el PT a los mecanismos de la
democracia burguesa. Fue toda una escuela de
“socialdemocratización”, por así decirlo.
Paralelamente a esa experiencia, en Brasil se
procesaron en las últimas décadas dos inmensas
movilizaciones populares. La primera es la que se conoce
como la lucha por las “Direitas Ya”,
dónde un amplio movimiento democrático buscó romper la
salida pactada de la dictadura militar que venía
gobernando el país desde 1964 e imponer la elección por
voto popular del presidente.
Diez años después, hubo una
segunda movilización de masas, el “Fora Collor”.
Ésta ocurrió en 1992, cuando Collor de Mello fue echado
de la presidencia por la corrupción rampante de un plan
privatizador demasiado virulento, que chocó contra los
cánones tradicionales del Estado brasileño.
Pero esa movilización democrática triunfante,
la del “Fora
Collor”– coincidió con un momento general
descendente de la lucha de clases a nivel internacional.
Además, fue acompaña por la creciente adaptación del PT
y la CUT, que colaboraron en “planchar” la lucha de
clases en Brasil.
En 1995, ya con un nuevo presidente, Fernando
Henrique Cardoso (ex intelectual progresista coautor de
la “teoría de la dependencia”), se desata lo que sería
el epílogo de todo este proceso: la famosa huelga
petrolera que termina en una estruendosa derrota.
Cardozo llevó adelante un plan privatizador
algo más mediatizado que el que se proponía Collor, así
como un ajuste económico para parar la inflación
rampante y estructural, el llamado “Plan Real”. A partir
de allí, la lucha de clases se acható terriblemente,
casi hasta el día de hoy. En medio de eso, hubo esbozos
de peleas, como la lucha contra el ataque a las
jubilaciones del sector público, en los inicios del
primer gobierno de Lula. Pero nada de eso cambió la
situación.
El estallido del Argentinazo en el 2001, tuvo
un importante impacto en el país vecino. Aún recordamos
como la joven delegación de nuestra corriente en el Foro
Social Mundial del Porto Alegre a comienzos del 2002,
era recibida por los brasileños manifestando que “tenían
orgullo por la Argentina; que en Brasil debería pasar
algo igual”.
Al parecer la burguesía escuchó esas
opiniones populares y organizó una salida preventiva,
posibilitando la llegada al gobierno de Lula y el PT en
el 2003. Ese año se alzarían con la presidencia, luego
de dos intentos anteriores fallidos y habiendo dado ya
sobradas pruebas de adaptación completa al régimen de la
democracia de los millonarios, y de transformación del
propio PT en el partido de una capa social de nuevos
ricos y altos funcionarios.
La llegada del PT al gobierno fortaleció las
tendencias estabilizadoras. Es que el PT tenía la
dirección o por lo menos el control indirecto de los
principales organismos de masas del país. En primer
lugar, la CUT, pero también del MST (Movimento dos
Trabalhadores Rurais Sem Terra) y las organizaciones
estudiantiles.
Brasil potencia
Junto con los elementos políticos que
explican la estabilidad hasta hoy –o, mejor dicho,
detrás de ellos– han estado diversos elementos y
factores económico-sociales.
En primer rasgo, muy general pero de
importancia, es que a diferencia de la Hispanoamérica,
Brasil se mantuvo, después de la independencia de
Portugal, como un inmenso territorio unificado.
Andando
el tiempo, vivió un primer proceso de industrialización
en torno a los años 1930 y luego, a diferencia de otros
países de la región, la dictadura militar de 1964 fue
industrializadora (aunque en íntima vinculación con el
imperialismo yanqui).
Todo eso dio lugar a la creación de un
inmenso mercado, fortaleciendo la base económica del
país aunque con tremendas desigualdades sociales. La
distribución del ingreso en Brasil es una de las
desiguales del mundo.
Así y todo, los años 1990 estuvieron marcados
por una recaída económica y un proceso inflacionario
casi descontrolado. El gobierno de Cardozo vino a
“domesticar” eso, aplicando un ajuste económico similar
a los del FMI, pero siempre más mediado por la
potencialidad económica del país y las características
de su Estado.
El gobierno de Lula (2003-2010) tuvo la
suerte de empalmar con el ciclo ascendente del precio de
las materias primas que aún se está viviendo. El país ha
sufrido, de todos modos, modificaciones estructurales,
con un achicamiento relativo de su enorme aparato
industrial, y una “primarización” de su economía con un
giro hacia la agroexportación y el agronegocio.
Estas bases económicas colocaron al Brasil
como uno de los grandes exportadores mundiales de
materias primas, y se acompañaron de planes sociales
“redistributivos” del PT para paliar la miseria extrema,
así como créditos a la vivienda y automotores, que
dieron una sensación de un nivel de vida ascendente en
la última década.
Con un PBI superando el billón de dólares,
Brasil entró por derecho propio entre el grupo de los
países BRIC (Brasil, Rusia, India y China). El PT pudo
cambiar su ideología inicial de “inclusión de la clase
obrera” por una de hacer de Brasil una “potencia
económica y política mundial”.
¿Todo por 20
centavos?
Pero, cuando nadie se lo esperaba, el país
estalló. Las razones de fondo parecen ser dos. Una
primera es político–democrática, por así decirlo.
La brutal represión a los jóvenes
participantes de las primeras movilizaciones contra el
aumento del pasaje de ómnibus, fueron llevadas adelante
bajo la supuesta legitimidad de un régimen político con
rasgos reaccionarios crecientes. Con el pretexto de “la
Copa del mundo” (el mundial de fútbol del año próximo),
se viene avanzando en la limitación y represión de los
derechos de huelga y manifestación. Lo usual es que
cualquier protesta, incluso pacífica, es salvajemente
reprimida por las “policías militares”, cuerpos
militarizados pertenecientes a cada Estado de Brasil.
En ocasiones anteriores, tanto los medios
burgueses como sectores amplios de las clases medias
justificaban hechos represivos como los reiterados
ataques de la policía militar a los estudiantes de la
Universidad de São Paulo (USP) o, en ese mismo Estado,
el salvaje desalojo de un asentamiento popular.
Esta vez no fue así. El vaso se rebalsó ante
las imágenes de la llamada “policía más represiva del
mundo” repartiendo palos, gases y balas a diestra y
siniestra a jóvenes que reclamaban contra ese aumento
del transporte. La indignación estalló en
multitudinarias movilizaciones de cientos de miles, sino
millones, en todo el país con picos en Río de Janeiro,
San Pablo y Belo Horizonte.
Junto con la represión, este inmenso
estallido tuvo otra motivación que a primera vista
parece insignificante. Unos céntimos de aumento del
transporte público en São Paulo y otras ciudades, aunque
en Brasil es uno de los más caros del mundo en relación
a los ingresos.
Como en Turquía, que explotó contra un
proyecto del gobierno de destruir un parque cercano a la
plaza Taksim para construir un shopping, es evidente que
el motivo del estallido tiene raíces más profundas que
la reivindicación inmediata que lo desencadenó. Los
movilizados en Brasil lo dicen con todas las letras
cuando rechazan el argumento gubernamental de que todo
sería “por 20 centavos”. No es así: existe un trasfondo
material mucho más amplio que explica la explosión.
Lo primero, es el drama del transporte
público. São Paulo, Rio, Belo Horizonte, etc. son
megalópolis. ¿Qué quiere decir esto? Significa que se
trata de ciudades con tal cantidad de población que se
tornan inmanejables. Sus servicios de transporte,
públicos en general, de agua, gas, etcétera, viven
colapsados porque no hay presupuesto que alcance para
abastecer como corresponde la demanda.
Recorrer cualquier trayecto en São
Paulo es un suplicio dónde se
avanza a pasos de tortuga, para llegar a la fábrica, a
la oficina, a la universidad. Es que está colapsado,
como en otras partes del mundo, el sistema del
autotransporte individual, el automóvil, que en desmedro
del transporte público eficiente por metro o ferrocarril
es absolutamente improductivo. Y, para colmo, es causa
de una brutal polución. Tan es así, que los burgueses en
Brasil van de compras en helicóptero a los
hipermercados. Mientras tanto, el ferrocarril, el medio
de transporte más eficiente, ha sido dejado de lado como
en otras partes del mundo.
Al colapso del transporte público, se le
agrega que es fuente de inmensos negocios privados, de
capitalistas que cobran tarifas siderales. Esta es la
fuente de movimientos como el de por un “pase libre” en
el transporte público, contra las tarifas abusivas.
Pero ahora todos señalan que ya no se trata
sólo de la pelea sobre los aumentos del pasaje. La
realidad es que para descomprimir las cosas, la mayoría
de las prefecturas –gobiernos de las ciudades– han
anulado los aumentos que originaron la protesta. Pero
las movilizaciones continúan.
¿A qué se debe esto? Sencillamente, a que las
razones del descontento son mucho más profundas que la
cuestión del transporte. Se ha visto, por ejemplo, el
repudio a los gastos faraónicos en obras para el mundial
de fútbol del 2014 y las Olimpíadas del 2016. Estos
derroches contrastan con los ajustes económicos
crecientes que está imponiendo el gobierno de Dilma
Rousseff en materia de salud y educación.
Pero además, hay algo aún más de fondo. A
Brasil parece haber llegado, finalmente, la crisis
mundial. O mejor dicho: parece estar comenzando a
llegar. El país no está en recesión todavía, y la tasa
de desempleo oficial es la más baja de la serie
histórica (aunque hay que considerar que regiones
enteras se encuentran fuera de la estadística). Pero se
vive ya un estancamiento económico. Esto parece haber
generado un profundo cambio en la percepción de las
marcha de la economía por parte de la mayoría.
Dolores de parto
¿Cuáles son, a primera vista, las
características sociales y políticas de los sectores que
han salido a la calle?
Los rasgos sociales y generacionales hablan
de una inmensa rebelión juvenil. Se ve a una nueva
generación que por primera vez sale a las calles, un
poco al estilo de las movilizaciones de los indignados
en los países del primer mundo.
Sin embargo, conforme las movilizaciones se
han profundizado y extendido a todo el país, el
componente social se ha “masificado” y amplios sectores
populares y de trabajadores comienzan a hacerse
presentes. Es verdad que no se han decretado “huelgas
generales”, y que los trabajadores –por el momento– no
están participando como clase organizada en las
movilizaciones. La gran mayoría de los sindicatos son
controlados por la burocracia petista y sus aliados, y
esto hace más difícil una confluencia movilizadora entre
los que ocupan las calles y los lugares de trabajo. Sin
embargo, indiscutiblemente la simpatía de la clase
obrera, a pesar de su filiación mayoritaria en el PTm
está con los que llenan en las calles.
Otro elemento importante es el componente
estrictamente político de la movilización. El PT y sus
acólitos en la región, como el chavismo y el
kirchnerismo, han salido a decir que se trataría de una
movilización “por derecha, tipo los escuálidos de
Venezuela y los caceroleros de Argentina”.
Esto es una mentirosa provocación: se trata
de inmensas movilizaciones de masas progresivas que, por
el contrario, están cuestionando por la izquierda al
gobierno procapitalista, social-liberal y
proimperialista del PT. Una movilización que está
desbordando un gobierno que ha frustrado las
expectativas transformadoras que había despertado en su
momento la figura de Lula. El gobierno petista se
encuentra ahora frente al “espejo” de una inmensa
movilización de masas que lo desnuda como lo que es
realmente: ¡un gobierno neoliberal al servicio de los
intereses del Brasil capitalista!
Lo anterior no niega que, tratándose de la
emergencia de una nueva generación, de un recomienzo de
la experiencia histórica de la lucha, no haya entre los
sectores movilizados todo tipo de limitaciones y
“telarañas mentales”. Esto ha sucedido siempre al inicio
de cualquier movimiento de masas. Seguramente, con el
desarrollo de la experiencia, esas limitaciones de la
conciencia se irán decantando. Esto requerirá, también
de manera imprescindible, de la actuación correcta de
las corrientes socialistas revolucionarias.
La corriente Socialismo o Barbarie
Internacional, por intermedio de nuestros compañeros y
compañeras del grupo Práxis en el Brasil, trataremos de
actuar en ese sentido, intentando aportar al desarrollo
de una experiencia que ya marca un giro histórico en la
lucha de clases del mayor país de la región. Por su
propio peso, esta movilización vuelve a mostrar la
vitalidad del ciclo de rebeliones populares abierto
regional e internacionalmente.
En cualquier caso, la puesta en pie de una
alternativa desde la clase obrera y la izquierda
revolucionaria frente al PT y demás grupos y direcciones
reformistas, así como la entrada a escena de la clase
obrera en la lucha, requerirá de una dura pelea que
recién está en sus inicios pero que tendrá seguramente
dimensiones históricas. El gigante brasilero se pone de
pié. La clase obrera más grande de América Latina está
despertando. ¡Que los poderosos, los explotadores, los
opresores, los capitalistas de Brasil y del mundo,
tiemblen!
Artículo de Socialismo o Barbarie
Carmen, tudo bem contigo?
ResponderExcluirLi o artigo e me pareceu um tanto quanto tendencioso. No final faz uma análise um pouco melhor da situação, mas mesmo assim infantilizada.
O Brasil é um país conservador em essência (claro que existem setores progressistas), e a população não quer nenhuma mudança de sistema político ou nenhuma revolução econômica. Ela quer apenas que se diminua a corrupção, porque ela existe em todos os lugares do mundo, mas em nenhum país do porte do Brasil ela é tão ampla. Ela quer o fim de promessas vazias e ações concretas na área de transportes, saúde, educação, segurança e também justiça.
Porque comprovadamente corruptos já julgados não são presos? Porque se permite a tentativa absurda de "oficializar" a corrupção e a impunidade já praticadas (PEC 37)? Porque todo plano de melhoria de serviços públicos encontra sempre como objetivo primeiro áreas mais abastadas, restando á periferia migalhas? Porque quando temos finalmente a oportunidade de dar um salto de qualidade em nossas vidas, absurdamente o governo abre as portas do país para estrangeiros ocuparem os postos de trabalho que deveriam ser nossos, e que diferentemente do discurso oficial, temos sim gente capacitada para exercê-los? O povo está de saco cheio de pagar impostos absurdamente altos (ricos e miseráveis não pagam)e não termos nada em troca. Ao contrário, temos que pagar por todos os serviços de novo. O povo está de saco cheio da mentirada deslavada que chamam de política. O povo está de saco cheio dessa palhaçada PSDB-PT, dois partidos que são as duas faces da mesma moeda, e que não valem juntos os 0,20 que foram o estopim da coisa.
O que está acontecendo transcende a luta de classes, transcende o partidarismo, o sindicalismo ou qualquer coisa desse tipo. Ninguém nega a necessidade dessas instituições, mas tiveram muito tempo para fazer algo, e se perderam em discussões mesquinhas e infrutíferas, que geraram benefícios a grupos reduzidos em detrimento de milhões de pessoas.
A única coisa que espero é que a população tenha garra para levar uma luta mais longa, porque isso não se resolve em duas semanas, e que ao final os políticos brasileiros e nosso capitalismo entendam que eles não jogam mais tão soltos quanto antes. É a única maneira de mudar algo.
Abraço